Por casi dos años, viví en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y por casi uno y medio, en un edifcio ubicado en la calle Rivadavia, justo a mitad de cuadra entre Urquiza y 24 de Noviembre. Durante todo ese año, cuando retornaba de mi trabajo en Diagnal Norte y Florida, trataba, de no impedirlo el clima, de hacerlo caminando.  Bajaba por Avenida de Mayo hasta el Congreso de la Nación, y de allí, por Rivadavia hasta casa, todos los días, en esta casi hora de caminata por las calles porteñas, al pasar por Rivadavia y Ayacucho, mi atención se centraba invariablemente el edificio que se alzaba en la esquina, una obra de arte en sí mismo y con una leyenda colocada en su frente, “No Hi Ha Somnis Impossibles”.

NO HI HA SOMNIS IMPOSSIBLES

 

Esta es la historia del edificio y de su leyenda, que pude recolectar de varios fragmentos de personas que me fueron ubicando y orientando sobre tan magnífica construcción.

El edificio fue construído en 1907, obra del Ingeniero argentino Eduardo Rodríguez Ortega, quién también es responsable de otra de las maravillas arquitectónicas de Buenos Aires, “El Palacio de los Lirios”.

Rodríguez Ortega, como se puede adivinar a simple vista en sus diseños sentía una gran admiración por el maestro catalán Antonio Gaudí, quién influenció mucho en su trabajo.

Gracias al artículo en el blog La Divina Buenos Aires pudimos saber que el edificio se construyó como un edificio de alquiler, con el solo objetivo de rentar sus habitaciones, que consta de una planta baja y un entrepiso con destino de salon comercial, y 4 pisos con departamentos, más una terraza.

La cúpula consta de tres niveles, una recepción con tres ventanas que se ubican hacia la esquina, un dormitorio en el segundo nivel, y en su tercer nivel un telescopio destinado a observación de las estrellas, hecho que hoy en día se torna algo imposible en la urbe porteña debido a su impresionante contaminación lumínica.

De acuerdo a lo que se expone en el blog Secretos de Buenos Aires, la terraza está circundada por dos estructuras de hierro que representan, en escala, la Puerta del Dragón de la Finca Güell en Barcelona, diseñada por el maestro Gaudí, y todos los ornamentos que se observan en la misma son réplicas exáctas de los que embellecen la casa Battló, otra de las impresionantes creaciones del Arquitecto Catalán.

El edificio fue abandonado como muchos otros en la ciudad, al deterioro propio de un clima poco clemente con las estructuras y al paso del tiempo.

En el año 1999, el edificio es adquirido por una empresa que se abocó a la recuperación y restauración del inmueble, éstos fueron los que al culimnar sus tareas colocaron la frase que adorna el dintel de las tres ventanas, “NO HI HA SOMNIS IMPOSSIBLES” (No hay sueños imposibles) en homenaje al inspirador de esta obra de arte enclavada en el corazón de Buenos Aires, el genial Antonio Gaudí.

Ya pasaron muchos años desde aquél transitar por las calles porteñas pero, el recuerdo del edificio de Rivadavia y Ayacucho y el mensaje que nos dejó grabados en aquel mirar hacia el cielo para preguntarnos de donde habrá venido aquel edificio, aún perduran en nuestra memoria, y en nuestra cabeza siempre resuena la gran verdad que pregona su fachada… no hay, ningún sueño imposible.

Hasta la próxima vez que nos encontremos transitando por los callejones y recovecos de la historia.