Volvemos hoy al año 2013 y al primer viaje que realizaremos al “Viejo Continente” .
Dentro de nuestros destinos obligados en aquel Diciembre lluvioso y frío fue la ciudad de Glastonbury, lugar en el que convergen historias sobre hadas, duendes y magos. Al caminar por sus calles uno puede ver un sin número de locales comerciales que ofrecen calderos y escobas, ingredientes para pociones, túnicas y sombreros, capas, grimorios, varitas mágicas y otro sinfín de artilugios para practicar las artes oscuras. Igualmente no fue toda esta parafernalia la que nos acercó a Glastonbury en primer lugar sino, el hecho que, según diversas fuentes, esta ciudad no es otra que la mítica Avalon, lugar del descanso eterno de Arturo Pendragon rey de Britania.
Abadía de Glastonbury
Pero nuestra historia comienza mucho antes de los tiempos Artúricos, narrando otro de los mitos sobre Glastonbury, con el que tomamos contacto en nuestra visita a la abadía.
A nuestros lectores católicos seguramente les resulta familiar la figura de José de Arimatea, aquel comerciante judío, tío de Jesús de Nazareth quien luego de la muerte del “Hijo de Dios” bajara su cuerpo de la cruz y lo depositara en su propio sepulcro.
Segun algunas versiones Jose de Arimatea había visitado Britania en más de una ocasión, una vez incluso con el mismísimo Jesús mientras velaba por los intereses comerciales de sus rutas de estaño, el cual se extraía en diversas minas en el oeste de britania y que en la época se conocía como “Metal de Britania” y que fue fundamental en la edad de cobre.
Luego de la muerte de Jesús a manos de los romanos, José pensó que era una muy buena idea la de huir de palestina, sobretodo por la virulencia con la que Poncio Pilatos cayó sobre todos los que comenzaron a divulgar la resurrección del supuesto hijo de dios.
Después de muchos viajes, José de Arimatea arribó, con varios seguidores, a un territorio más que conocido para él, la isla de gran bretaña. Entre sus varias posesiones, traía consigo la copa utilizada por el cristo en la última cena, en la cual se decía que había capturado dos gotas de la sangre que manaba de la herida que Longinus abriera con su lanza al costado del cristo en la cruz. Hablamos por supuesto del “Santo Grial”.
Jose de Arimatea llega a Britania (hoy Inglaterra) y toma posesión de unas tierras que le otorgara el Rey local, que no eran otras que las que corresponden a la actual Glastonbury. Cuenta la leyenda que clavó su vara en el suelo y en aquel lugar la vara se convirtió en un frondoso árbol, este árbol aún hoy puede verse en el centro de la Abadía de Glastonbury y que florece cada año en época de la navidad.
El Arbol que creciera de la Vara de Jose de Arimatea
Excavaciones arqueológicas confirmaron que se encontraron restos de una iglesia católica en las tierras de Glastonbury, que fueron las que se le otorgaran a José de Arimatea en aquellos días y a quien se considera el padre del catolicismo inglés.
Del Grial que trajo desde tierra santa, se dice que cuando José de Arimatea murió, lo enterraron junto con el grial a los pies del “Glastonbury Tor” una meseta que se erige en las afueras de la ciudad, y que desde entonces, el agua que mana de las napas subterráneas siempre aparece teñida de rojo, gracias a la sangre del cristo contenida en el grial. Aunque algunos científicos aburridos que nada saben de mitos y leyendas, atribuyen la tonalidad rojiza del agua de la zona al alto contenido de hierro en el agua.
Seis siglos después de José de Arimatea y su viaje al exilio desde tierra santa, en South Cadbury, una región vecina a Glastonbury, el hijo de Uther Pendragon establece la sede de su corte en un castillo fuerte enclavado en una colina llamado Camelot.
Arturo Pendragon, vivió su vida obsesionado con la búsqueda de la reliquia más importante de todas las que había dejado el hijo de dios en la tierra. La copa que concede la vida eterna, el Santo Grial.
De las leyendas artúricas hablaremos en otra ocasión pero solo diremos aquí que según el mito, luego de su muerte, tres hadas escoltaron el cadáver de Arturo hacia la mítica Avalon y allí sigue siendo velado en una cama dorada por su hermana Morgana le Fey.
Allá por el siglo 12, los monjes que residían en la abadía de Glastonbury, hicieron un anuncio que hoy en día hubiera sido tapa en todos los diarios del mundo. Habían encontrado la tumba del Rey Arturo y de la Reina Ginebra.
Segun los monjes, al realizar unas excavaciones para construir una bodega encontraron una lápida con la leyenda, “aquí descansa Arturo, Rey” Debajo de la lápida, los huesos de un hombre fornido y robusto, a su lado un esqueleto más pequeño y delicado, sin dudas de una mujer.
Tumba de Arturo Pendragon Rey de Britania
Os monjes removieron los huesos y los enterraron en la Abadía, a la vista de todo el mundo, lo cual fue un faro para todos los peregrinos del mundo que se acercaban al lugar a visitar los restos del mítico rey de Britania.
Hoy en día el sitio donde se encontraban los restos del Rey de los Caballeros, pueden aún visitarse aunque, los cuerpos de Arturo y Ginebra desaparecieron misteriosamente allá por el reinado de Enrique VII, de quien ya hemos hablado en este espacio. Una lastima ya que con las técnicas modernas hubiéramos podido realmente dilucidar si se trató de una elaborada estafa de los monjes de Glastonbury en 1180 o si realmente los restos del más poderoso y legendario rey de britania descansaron en algún momento en los mismos suelos donde lo hicieron los de José de Arimatea y a tan solo pasos del Santo Grial que buscó toda su vida.
Avalon, descanso final de Arturo Pendragon, Rey de Britaña