La Provincia de Córdoba, en el centro de la República Argentina, no es ajena a los mitos y leyendas. Historias fantásticas sobre inverosímiles seres sobrenaturales se pueden escuchar en los pasillos de los colegios, en las charlas de los bares, en las mesas del asado familiar
«Hablaremos hoy aquí, de aquellas que han marcado una época y de las que aún hoy en pleno siglo XXI, y en la era de la tecnología y la información digital, la gente sigue repitiendo y provocan que más de un cordobés transite con recelo por las calles de la ciudad. Acompáñenos querido lector a éste viaje imaginario por las calles de una ciudad tan rica en historia y cultura como en fantasmas y apariciones. Cabe aclarar que éste no es un recorrido ápto para cardíacos.
«La Llorona»
Si bien «La Llorona» no es un mito autóctono, sino que tiene sus orígenes en México durante la caida de Tenochtitlán, la versión cordobesa de la dama de blanco que clama por su hijo es tan popular como la primera y aún sigue en vigencia hoy en día.
Sus orígenes se remontan al año 1978, en la localidad de Villa María, situada a 150 km de la ciudad de Córdoba.
La tragedia azotaba al país y en medio de los nefastos acontecimientos que se sucedían día tras día una madre desesperada por el robo de su bebé se cuelga de un arbol. Su cuerpo permanece allí por mas de un año, las desapariciones eran comunes en esos años y nadie preguntaba demasiado. El caso pasó al olvido, hasta que un buen día muchos años mas tarde en los años 90 un vecino de Villa María es abordado en la calle, alrededor de las 3 de la madrugada, por una mujer que vestía un tapado negro. La dama no responde a las preguntas del hombre quién al alejarse la oyó gritar la consabida frase de nuestro fantasma favorito «Mi hija, Dónde esta mi hija!
La llorona desde entonces cruza la ciudad noche tras noche, llorando y en ocasiones robando o matando niños en su desesperación por encontrar a su hija perdida. En el año 1997, un vecino filmó a la llorona en una de sus incursiones, caso que causó un revuelo importante en los noticieros regionales.
«La Pelada de la Cañada»
Nos remontamos ahora a fines del siglo XIX en la ciudad de Córdoba, las calles eran angostas y el tradicional arroyo «la Cañada» corría libre por el centro, solo frenado por «El Calicanto».
El poeta e investigador cordobés Azor Grimaut nos pinta en sus «Duendes de Córdoba» el paisaje al que nos referimos
«Entonces, la noche era una espesura intensa, a veces impenetrable. Las sombras abrumaban de misterio a una ciudad aún pueblerina, que no se atrevia a andar más allá de la luz del sol»
Azor Grimaut «Los Duendes de Córdoba»
En éste ambito en el que no había mas que lámparas de cebo y alguna que otra farola a gas para iluminar las noches de la ciudad, todo tenia un aspecto lúgubre y tenebroso y de éstos sitios, La Cañada, era el peor. El Barrio «El Abrojal» (Hoy Güemes) era un lugar terrible, El escritor Manuel Gálvez, nos describe el barrio como
“Lugar siniestro en donde nadie se atrevía a penetrar de noche. Era una barriada miserable, el principal foco de la mala vida cordobesa. Proxenetas, rameras y ladrones vivían en los ranchos sucios y desechos. Y se decía que a los osados que penetraban de noche en aquellas calles los asaltaban y robaban, asesinándolos con trinchetas de zapateros y con pedradas de honda”
Manuel Gálvez
En esta zona, entre «El Abrojal» y «Pueblo Nuevo» y el Centro de la ciudad, deambulaba nuestro espíritu, «La Pelada», llegando hasta casi la calle 27 de Abril en pleno corazón del centro.
Se la describe, segun Azor Grimaut, como un bulto de baja estatura, vestida de luto con un manto que cubría su cabeza y ocultaba el rostro. y sigue Grimaut, «Se aparecía en las noches en el calicanto: menudita y con aspecto jóven, surgía imprevistamente y acompañaba al transeúnte en su trayecto» Se dice que la mujer iba llorando durante toda la caminata. Otras versiones dicen que se aparecía bajo los faroles en la esquina del hoy Bv San Juan con la calle Belgrano (Lugar dónde se encuentra la Casa Radical) y cuando algún transeúnte se cruzaba con ella, se descubría el rostro dejando ver sus facciones cadavéricas y su cabeza completamente pelada.
Lo que todos concuerdan es que solo asustaba a los hombres que caminaban solos por la noche cordobesa, sobretodo a aquellos de mala vida, a los jugadores, los ebrios y a los que volvian de «farra». Al verlos llegar, entonaba unos enigmáticos versos «Quico, llamalo a Perico; Caco, llamalo a don Marcos», también concuerdan todos los cronistas que solo se dejaba ver en invierno, cuando la gente se encerraba en sus casas temprano y la luz se extinguía mucho más rápido en los confines de la ciudad. Lo cierto es que ni la policía se animaba a mandarse de noche en el área y no era inusual ver, los sábados sobre todo, grupos de hombres armados con palos y antorchas buscando al fantasma, o a mujeres con velas y rosarios rezando por el descanso del alma en pena. Un buen día, «La Pelada» se esfumó para no volver a asustar nunca más a los que volvían del baile o de la timba, algunos dicen que por obra de los rezos y las velas que finalmente le ganaron el descanso eterno, otros que por el advenimiento de la luz eléctrica que le robó las penumbras y el misterio a la noche y a sus habitantes más asiduos.
«La Mujer del Angelito»
El centro de la ciudad y el tradicional barrio de Alta Córdoba, estan conectados por la Avenida Roque Sáenz Peña, la cual hacia el final de su recorrido ya casi llegando al centro sufre una pendiente bastante pronunciada, la que se conoce como «Bajada Sáenz Peña», aunque, también tiene otro nombre menos solemne y que aún causa escalofríos y temblores en aquellos que lo recuerdan. «La bajada del Angelito»
Nos volvemos a remontar a la Córdoba de fines del 1800 principios del 1900, cuando el transporte público consistía en coches de tranvía tirados a caballo y carruajes variopintos.
En esas épocas, los cocheros decían que al tomar por la bajada Sáenz Peña, era muy frecuente encontrarse de noche con una mujer vestida de luto que caminaba por los rieles del tranvía con su rostro cubierto llevando en sus brazos un pequeño ataud blanco sobre el cual se veía un candelabro con velas de cebo.
Las apariciones de la mujer con el pequeño ataúd causaron tal impacto en el vecindario que hasta llegó a suspenderse todo el trafico durante las noches de invierno, y nisiquiera los vehículos y tranvías circulaban por la bajada en horas nocturnas, y si lo hacían lo hacían siempre de a pares.
La doliente madre con su «angelito» (término con el que se denomina a un bebé o niño muy pequeño fallecido, y sus velorios eran una celebración festiva tradicional en la córdoba del siglo XIX) desapareció allá por el 1905 cuando en la zona se instaló el Regimiento 13 de Artillería. Quizás por el revuelo, quizás por que la mujer de negro no gustaba de los militares. Pero se siguió hablando de ella por mucho tiempo y mirando con recelo las vías del tranvía en aquellas frias noches de invierno.
A continuación la descripción del encuentro en la letra de Azor Grimaut
“El viaducto ferroviario, de noche parecía un enorme bostezo interminable. A los dos lados de la bajada se levantaban como murallones los cortes de las dos grandes barrancas de greda y arena colorada. El transito de vehículos, especialmente pasadas las 11 de la noche, no era nutrido, aunque de tarde en tarde la sensación de que intentaba iniciarse, cuando el tranvía a caballo, mas popularmente conocido como “la carreta”, trabajosamente , por el agotamiento de las bestias, iniciaba su ascenso en dirección al norte. Mayorales y cocheros difundieron la versión (de la Mujer del angelito), que no dejo de preocupar hondamente a los supersticiosos, de que, al regresar, siempre en el ultimo viaje cuando nadie -aparte de ellos- ocupaba el vehículo, se aparecía, corriendo por el terreno existente entre los rieles, delante de los caballos, una mujer de traje oscuro -quizás negro-, llevando en brazos un cajón fúnebre de angelito…”
Azor Grimaut «Los duendes de Córdoba»
Otras criaturas sobrenaturales que pululaban la noche cordobesa fueron «El Farol», un ánima que caminaba por la cañada golpeando a quienes lo molestaran. «El burro de los siete chicos» que solía aparecerse a la medianoche en las inmediaciones del Colegio Santo Tomás, en la calle Duarte Quirós, caminando lentamente junto a siete chicos empalizados, al llegar a la calle Bolivar explotaba sin emitir sonido y desaparecía junto con los chicos, según nos narra Azor Grimaut en sus «Duendes de Córdoba».
«Los Degolladitos» un par de niños que fueran degollados junto al rio Suquía en el Boulevard Guzman y la calle Catamarca (detras de la explanada del Hospital de Urgencias). Los pequeños se aparecían por la zona y los vecinos comenzaron a prenderles velas costumbre que provocó un incendio en un aserradero local. «El jinete en llamas» que anunciaba sus presagios de desastres y calamidades en la Bajada San Roque (Hoy avenida Julio Argentino Roca). «El chancho benedicto» que asustaba a los transeúntes en La Cañada y San Luis, territorio compartido con «La Pelada» y «El Farol», «El Perro Negro del Santo Tomás» que al igual que «El burro de los siete chicos» se aparecía en los cañaverales detrás del colegio Santo Tomás en Duarte Quirós y Caseros asustando a los peatones. «La chica de la Campera» una bella jóven con la campera manchada con café, que asusta a los taxistas en la zona del cementerio San Jerónimo en Alberdi, haciendolos ir hasta los paredones del cementerio para luego atravesar el muro ante la mirada atónita del conductor del taxi (existen variantes de ésta historia, con un ramo de rosas o un violín, pero siempre es una jóven muy hermosa y siempre sus víctimas son taxistas), y muchos otros más que no pudimos incluir.
«El Lobizón de San Vicente»
Nuestro último caso y el más reciente de todos, tiene que ver con un antiguo mito de orígenes desconocidos pero que se remonta a la antigua Grecia, «El Hombre Lobo».
El Barrio de San Vicente en la ciudad de Córdoba es el hogar de muchos fantasmas y apariciones, y sus vecinos se ven día a día asolados por espíritus, duendes y fantasmas. Las cercanías del cementerio más antiguo de la ciudad puede tener que ver con ésto, sin lugar a dudas, y hasta en nuestros días, aquellos que saben escuchar, pueden oír los gritos de almas en pena, cadenas arrastrándose en la quietud de la noche, y el agorero aullar de los perros del cementerio que anuncian la partida de una nueva alma hacia el purgatorio. Pero de todos éstos mitos, ninguno ha causado tanto revuelo y tenido tanta repercución como el del Lobizón de San Vicente.
Desde los años 70, vecinos del lugar venían relatando sucesos que involucraban a una criatura peluda, que caminaba encorvado, o en «cuatro patas» muchas veces sobre las aguas del río Suquía sin hundirse, hasta algunas veces los ancianos del lugar dicen que entraba en los recintos de baile a asustar a la gente, recuerdo que en mi casa, se solía decir que una vez había entrado al «Sargento» (Recinto bailable de la zona llamado Sargento Cabral), espantando a todos los que estaban en el baile aunque sus víctmas favoritas eran militares y policías.
Esto no hubiera pasado más allá de otro de los comunes episodios a los que los vecinos ya estaban acostumbrados, de no ser porque el 19 de abril de 1985 (y aún recuerdo todo el revuelo que se armó), el matutino local «La Voz del Interior» publicó en sus páginas un artículo sobre el temor de los vecinos ante un supuesto «Lobizón» (también se hablaba de un hombre lobo u hombre gato).
En sus páginas se podía leer
«Centenares de efectivos policiales de la seccional 5ta y del Comando Radioeléctrico (hoy CAP) rastrean la zona del cementerio y del Campo de la Ribera, para hallar a un extraño personaje que tiene en vilo al vecindario».
Diario «La Voz del Interior» – 19 de Abril 1985
Luego del artículo y de que todos los programas televisivos y noticieros levantaran la noticia, el revuelo fue descomunal. Militares, la Policía, servicios de Inteligencia y vecinos armados con palos salieron a cazar al «Lobizón»,.
“Los investigadores coinciden en que la cosa, un ser humano cuyo cuerpo está totalmente cubierto de pelos, apareció en las inmediaciones de la Ribera para asustar a los gendarmes. Inclusive afirman que la bestia le pegó un tortazo o zarpazo a un militar arrojándolo a unos cinco metros de distancia”.
“Centenares de personas, policías y gendarmes se encontraban para rezar en la esquina de Ortíz de Ocampo, Bazán de Pedernera y bajada San José, antes de salir a dar con el monstruo al que identificaron como un lobizón”.
Diario La voz del Interior 19 y 20 de Abril 1985 – Fragmentos
En el otro periódico de la ciudad por esos dias, el vespertino Diario Córdoba, se hablaba de seres extraterrestres, animales de otra dimensión y cosas por el estilo. Por aquellos días, muchos fueron los bromistas que fueron detenidos por pasearse con disfraces o con caretas por las calles de noche, y el 4 de mayo cinco estudiantes marcharon presos por aullar junto a las tumbas en el cementerio de San Vicente.
Por meses, de lo único que se hablaba en la radio y la TV, en los cafés, en los recreos, y en las mesas familiares era del «lobizón» y de sus víctimas, ya sea con un temor de creyente o con la sonrisa irónica y sarcástica del escéptico. Así como vino, también se fue al igual que otros mitos, quizás auyentado por las oraciones y las velas o por las balas de plata. En el 2001, hubo un resurgir de la leyenda cuando un «ciruja» Uruguayo que se paseaba de noche por la zona del cementerio envuelto en una lona de «pelopincho» fuera arrestado por la policía al recibir reportes de los vecinos sobre la reaparición del Lobizón en San Vicente.
Y así como los espíritus y fantasmas han llegado a su final, también nosotros debemos decir adios, no espantados por las luces del progreso sino más bien deseosos de volver, para compartir más historias de auqellas que se esconden en los callejones y recovecos de los caminos del pasado. Gracias por leernos y hasta la próxima.